sábado, 29 de noviembre de 2014

Adviento, una invitación a la Esperanza.

                                                                        
                                                                                        Fuente: Padre Ignacio Palau.

Comenzamos un nuevo año litúrgico, la Iglesia nos regala un tiempo para preparar el corazón a celebrar la Navidad con mucha alegría, el tiempo de Adviento. Se nos invita a estar preparados a una venida, ¿quién es el que viene?, ¿por qué y cómo prepararnos para su venida? El que viene es Jesús, es el que ya vino, el que ya cumplió con las promesas de Dios a su Pueblo, es el que nació en la humildad de Belén, el que anunció e hizo presente el Reino, el que se entregó por entero en la cruz, el que resucitó para siempre. Es el que nos prometió su regreso. Por eso este tiempo de Adviento tiene una mirada puesta en tres venidas. Una mirada hacia atrás para hacer memoria de aquella primera venida; celebrarla es por una parte sentirnos parte de aquel pueblo que la esperaba con tanta ansia, y por otra parte es volver a tomar conciencia de la fidelidad de Dios que cumple sus promesas. Otra mirada se nos invita a dirigirla hacia adelante, sabemos que el Señor va a volver, nuestro sentido de ser Iglesia es el de caminar en la historia con esa mirada trascendente puesta en el final, en el más allá. El tiempo de Adviento es entonces una ocasión para tomar conciencia de nuestro ser peregrinos, de darnos cuenta que toda la vida de cada uno y de la Iglesia es un adviento, un esperar la definitiva venida del Señor. Entre estas dos venidas, entre estas dos miradas se nos invita a descubrir el presente como una permanente visita de Dios a su Pueblo. No tiene sentido celebrar la primera venida del Señor si no lo descubrimos a él cada día en medio de nosotros, no es posible estar preparados para su venida definitiva si no salimos cada día a su encuentro. De esto se trata entonces vivir el adviento, mirar hacia atrás con corazón agradecido por la fidelidad de Dios que cumple sus promesas, de mirar hacia adelante con un corazón esperanzado al que vendrá de nuevo y entre tanto mirar este presente concreto en el que vivimos y responder aquí y ahora a lo que nos pide Jesús.
En este caminar la liturgia nos invita al principio a poner la mirada en el que vendrá en forma definitiva. Se nos invita a vivir una actitud central en la vida, la esperanza. Esperar es desear, anhelar. Y creo que esta es la primera actitud a mirar como estamos viviendo. ¿Cuánto anhelamos a Dios?, ¿deseamos de verdad su venida a nosotros? Solo lo vamos a vivir así si tenemos una buena experiencia de él. El pueblo de Israel ansiaba este encuentro, por lo pronto lo consideraba su Padre, en el texto de hoy por dos veces lo llama así. “Tu señor eres nuestro padre, vuelve por amor a tus servidores, si rasgaras el cielo y descendieras, ningún ojo vio un Dios que hiciera tales cosas por los que esperan de él, tu vas al encuentro de los que practican la justicia”. Todas estas palabras son expresión de un pueblo que anhela el encuentro con el Señor. Este Dios ha venido a nosotros, y vendrá definitivamente. Pero mientras tanto, mientras peregrinamos a su encuentro el nos ha dejado una tarea, nos ha confiado su casa, como en la parábola. ¿Nos damos cuenta de cuánto nos valora el Señor? ¿Cómo estamos cuidando esta casa? Esta casa podemos pensar que es la Iglesia, o más ampliamente el Reino, ¿lo cuidamos? ¿lo hacemos crecer? ¿cuidamos los valores más preciosos de esta casa, los pobres, los enfermos? ¿Hacemos de esta casa una casa como la quiere Jesús, abierta, acogedora, donde todos se sientan recibidos y se sienten con alegría a la mesa? El señor nos ha dejado la tarea de continuar con su obra, hasta su regreso, no podemos dormirnos ni por cansancio ni mucho menos en los laureles que no hemos alcanzado. 
Sin embargo somos conscientes que muchas veces no vamos por este camino. Como dice Isaías “nos hemos marchitado como el follaje”, por eso este tiempo es tiempo de conversión, de volver a Dios, de volver a vivir lo que dice San Pablo, de abrirnos a los dones de Dios y de dejarnos colmar con su gracia, él es fiel, él no nos va a abandonar. El va a hacer de nosotros un follaje siempre verde, siempre lleno de vida como esta corona de adviento que nos acompaña. Todo lo que hace falta de nuestra parte es querer esto, querer que Dios venga, pedírselo, anhelarlo, y ese anhelo se hará realidad.
Que en este tiempo de espera podamos crecer en la oración, en el encuentro con Jesús en la Palabra, y que sepamos descubrirlo viniendo a nuestro encuentro en cada hermano que nos necesita.

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